La gripe A, o cómo se construye una mitología mediática de una enfermedad.
• En el informe OMS de 2006 Se calcula que 1,6 millones de personas murieron por tuberculosis en 2005. La tuberculosis se transmite por el aire, cuando el enfermo estornuda, tose o escupe.
• Se estima que son infectadas por la enfermedad de Chagas entre 15 y 17 millones de personas cada año, de las cuales mueren unas 50.000. La enfermedad tiene mayor prevalencia en las regiones rurales más pobres de América Latina
• La malaria causa unos 400–900 millones de casos de fiebre y aproximadamente 2-3 millones de muertes anuales , lo que representa una muerte cada 15 segundos. La gran mayoría de los casos ocurre en niños menores de 5 años; las mujeres embarazadas son también especialmente vulnerables.
La creencia de que los medios de comunicación masiva, nos presentan un fiel reflejo de la realidad objetiva, podría ser interpretada como un síntoma de infantilismo. Una suerte de regresión socio-evolutiva, de vuelta a aquella época, no tan antigua, y evidentemente aún no del todo superada, en la que los mitos y relatos fantásticos, de tierras perdidas en el tiempo o criaturas imaginarias, encendían las pasiones más recónditas del hombre. Serpientes de mar, tritones, centauros o sirenas, la mitología antigua pervive aún entre nosotros, pero enmascarada por otros nombres más insidiosos y burdos: la guerra en Irak, elecciones parlamentarias, o sencillamente “chimentos de los famosos”.
Al igual que los mitos y leyendas antiguas, los medios de comunicación nos presentan, después de todo, nada más que un recorte parcial y subjetivo de la realidad. Un pequeño fragmento del mundo en que vivimos, el cuál, previo a su difusión, debe ser maquillado y corregido necesariamente, para poder ajustarse a la agenda política particular de cada canal emisor, hasta obtener un producto suculento y apetecible para el consumo de las masas. Las noticias, como cualquier otro mito humano, son producciones culturales, y como tales, transmisoras de una verdad social: la del símbolo como máscara de los verdaderos deseos del hombre.
Es el deseo que evoca la narración de una tragedia innombrable, y la ulterior salvación del hombre que la padece, emergiendo victorioso de entre las cenizas y los pedazos rotos del mundo, redimido de sus demonios interiores, y finalmente, en paz con los dioses. Es Hércules que debe recuperar su justo lugar en el Olimpo, o Ulises buscando incansablemente el camino de vuelta a su añorada Ítaca; pero también, son Bill Clinton tratando de salvar su prestigio político, o los presos de Guantánamo, estancados en un vacío legal y sin tiempo, o inclusive, la mitología embrionaria de una enfermedad de proporciones planetarias.
La gripe A ha sido presentada por las autoridades como la primera pandemia del siglo XXI; una enfermedad que rebasa fronteras, políticas y socioeconómicas, sumiendo en el más oscuro desconcierto a un planeta en creciente globalización. Un mundo que, pese a que se ha vuelto más flexible para lidiar con éste tipo de adversidades, no por eso deja de presentarse menos vulnerable. Si bien la humanidad cuenta ahora con un gran reservorio de antibióticos, y pese a que los últimos avances científicos han reducido los costos y tiempos de producción de nuevas vacunas, aún se presentan serios escollos, difíciles de sortear, al enfrentar una situación como ésta. La intrincada red de relaciones comerciales que han establecido entre sí las naciones, y el constante desplazamiento de individuos, hacen imposible cualquier medida de contención del virus. A esto, habría que agregar las multimillonarias pérdidas económicas, ya sea por el ausentismo laboral generalizado, o por el cambio en los hábitos de consumo que las nuevas medidas sanitarias generan.
Pero más allá de la situación geo-política actual del mundo, y de las cuantiosas pérdidas económicas que seguramente han de suscitarse, lo que hace especialmente notable a éste suceso epidemiológico, es la forma en que éste ha sido expuesto por los medios de comunicación masiva. Específicamente hay que subrayar, las recurrentes declaraciones que sostienen que ésta enfermedad afecta, sobre todo, a un grupo denominado como de “Bajo Riesgo”, es decir, a individuos mayormente sanos y jóvenes.
Es ésta aseveración, precisamente, la que explica la verdadera fuerza que ha cobrado el fenómeno mediático de la gripe-A: personas jóvenes, que hasta hace poco se encontraban en buena condición física, que seguían hábitos de vida saludables, y una dieta alimenticia balanceada, repentinamente caen enfermos y mueren. Pareciera ser obra de un dios infame, o del azar más infausto, que éstos individuos hallen, inexplicablemente, un destino tan trágico y sin posibilidad alguna de salvación.
Sin embargo, al mismo tiempo que reconocemos ésta, la terrible desgracia que abruma a un sector social, que creíamos blindado ante éste tipo de aflicciones, implícitamente estamos confirmando el destino de otro grupo social que ha sido dejado de lado. Nos referimos sin duda a aquél otro sector, comúnmente llamado de “Alto Riesgo”: niños, ancianos, embarazadas y, sobre todo, sectores sociales marginales o de bajos recursos.
Más allá de la exacerbación de ánimos que suscita la muerte de personas jóvenes y aparentemente saludables, conmociona la indiferencia hacia la situación sanitaria de éste otro sector de la población, relegado a un segundo plano. Aunque ésta generalizada falta de interés, por el bienestar físico y mental de éste grupo social, no es nada nuevo, pareciera que al insistir tan asiduamente, en que la gripe A afecta particularmente a individuos SANOS, se estuviera también sentenciando que aquellas personas que conforman el sector social de más alto riesgo, se encontraran de alguna manera constitutivamente enfermas, ya sea por que son débiles, vulnerables o por que se encuentran desnutridas. Nos ubicamos de vuelta en un territorio lamentablemente bien conocido por la humanidad; hablamos del terreno de la eugenesia social.
Al naturalizar la presencia de toda suerte de enfermedades crónicas y/o fatales en el seno de ciertos sectores sociales específicos, se justifican ciertas políticas sanitarias gubernamentales en detrimento de otras. Algunos individuos, los llamados “sanos”, pasan a ser objeto del mayor cuidado y protección médica, mientras que otros menos afortunados, conforman el grupo de seres humanos accesorios, reemplazables o sencillamente no esenciales. Su muerte, aunque ciertamente indeseada y lamentable, es tolerada en la medida en que no pertenecen a un cierto estrato social denominado“SANO”.
Mientras millones de almas son arrasadas por el VIH, la tuberculosis o el paludismo, los ojos del mundo entero se encuentran alojados en un pequeño espacio rectangular y pernicioso, del cuál emerge una voz que presagia los devastadores efectos de ésta incipiente pandemia. Una voz que muestra cifras, testimonios, mapas y estadísticos de toda clase; todo para exaltar la idea de una tragedia inminente, que nunca termina de revelarse del todo. Desastre que siempre se intuye en algún siniestro pasillo de hospital, pero que en definitiva, en términos reales y concretos, no se compara con otras emergencias sanitarias más apremiantes.
La gripe A es el estandarte de la hipocresía mundial en materia de salud, y es en ésta medida que se ha constituido en la enfermedad más perversa y letal de la historia de la humanidad. Mientras que millones de seres humanos mueren alrededor de todo el mundo, por causas evitables o simplemente por falta de acceso al sistema de salud, los medios de comunicación explotan la gran noticia del momento, obstinada e incansablemente, aterrorizando a la población civil y velando problemáticas más graves e impostergables.
Resta preguntarnos en qué medida ésta nueva pandemia representará realmente, a largo plazo, una verdadera amenaza para la humanidad, y en qué proporción los medios de comunicación se han encargado de magnificar su gravedad. Pero por sobre todo, parece imperioso volver a recuperar una perspectiva más adecuada al contexto real en que vivimos, por fuera de la agenda de los titulares noticiosos y de las alarmistas medidas gubernamentales. Solo así podremos dejar de lado, por un momento, el sensacionalismo mediático, y recuperar una visión más fiel, y humana, de la verdadera tragedia que abruma desde tiempos inmemoriales a nuestra modesta especie: la indiferencia.
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